(A 38 años del Caso Padilla)
Belkis Cuza Malé
Boceto de Juana Borrero (1877-1896) para el cuadro ¨Nacimiento de Venus¨
Como vivo en un presente eterno, olvido contar los años. Pero alguien me habló esta mañana del Caso Padilla y de pronto recordé. SÍ, han pasado 38 años.
Entonces fui y busqué una foto de Heberto Padilla, una de ésas--creo que del fotógrafo francés Pierre Golendorf--, donde está con la misma ropa con que se vistió a toda prisa en presencia de los policías que vinieron a arrestarnos el 20 de marzo de 1971. Porque Heberto estaba durmiendo cuando la Seguridad del Estado tocó a la puerta fingiendo ser el hombre del telegrama. Dormía desnudo, lo recuerdo bien, pues el apartamento era un horno si el viejo aparato de aire acondicionado no funcionaba a todo dar.
Allí está todavía en la foto, con aquel jean color crema que le había regalado el poeta mexicano Efrain Huerta, y una camisa de cuadritos, donde prevalecía el amarillo. Aparece rodeado de nuestros libros, de la máquina de escribir y de algunos afiches, como aquel del fotógrafo norteamericano Lee Lockwood, y otro, una reproducción de un Roualt, que ponían una nota de color en el pequeño apartamento que dentro de su modestia quería ser también hogar de escritores.
Nunca he entendido la forma en que lo describió Jorge Edwards en su libro Persona Non Grata. Porque mal que bien, nuestro apartamento de entonces, en la calle O y HUmboldt, a una cuadra de la Rampa, era un sitio amable,como digo, lleno de libros y cuadros, de fotos. Nada de lujos, claro. Tenía una habitación que transformamos en estudio, con un sofá cama (conseguido tras la gestión de Luis Santiago, un amigo inolvidable), y las paredes estaban cubiertas de libros y cuadros. La salita la había transformado en una cocina comedor, y al costado estaba el cuarto de mi hija, con una ventana.
Por extraños designios de la vida, las cuatro sillas de mimbre del comedor pertenecieron al dramaturgo Julio Matas, que había vivido en el edificio antes de marcharse de Cuba. A la vecina que heredó su apartamento le cambié aquellas hermosas sillas de mimbre por algo que no recuerdo.
En este mismo edificio, pero en un piso más alto, vivía la actriz Ingrid González, primero con su ex, el crítico Rine Leal, y luego frequentado por los maridos subsiguientes de Ingrid, incluyendo a Reinaldo Arenas, Noel Nicola y Joaquín Ordoqui García Buchaca. Este último solía visitarnos y compartir incluso algún que otro pato congelado que había *robado* del freezer de sus padres. El viejo Joaquín Ordoqui y su esposa, la García Buchaca, permanecían bajo arresto domiciliario en una finca de los alrededores de La Habana. Así que Joaquinito, el único que podía entrar y salir de aquel sitio, se aficionó a la conversación filosófica con Heberto, pero nunca tocamos el tema de sus padres, óbviamente prohibido, pues hubiera sido una descortesía de nuestra parte. Por mucho que me mataba la curiosidad, jamás abrí mi boca con preguntas indiscretas.
El edificio tenía fama, es decir, mala fama --y hasta un indecente nombrete--, cuando en 1967, y tras una peripecia que pudiera ser tema para una novela, me mudé allí. Habíamos recorrido La Habana y el Mariano de entonces, en el viejo automóvil del escritor Antonio Benitez Rojo, en busca del apartamento menos malo que se ajustara a lo único que me ofrecían. Yo preferí aquel que estaba cerca de la Rampa, y que aunque no tenía refrigerador (otra odisea para luego conseguirlo), ni balcón a la calle, y se accedía al primer piso por una escalera siempre a oscuras, una vez que cerraba mi puerta lo invadía la luz maravillosa que entraba por la ventana. Eso era suficiente para mí.
No podía quejarme. En 1966, divorciada, y en la calle y sin llavín, como decimos, aquel sitio se transformó pronto en un hogar para mí y mi hija. Y luego para Heberto.
Cuando entré por primera vez, no se habían borrado las huellas de los antiguos moradores, sus vibraciones. Pronto, la vecina chismosa se encargó de informarme que Caridad, que así se llamaba la inquilina anterior, se había marchado a Estados Unidos, tras haber estado en prisión. Nunca supe el nombre completo de Caridad, pero aquella manzana y otras ofrendas religiosas que encontré en un rincón, presumían que buscó la protección de los dioses africanos, seguramente con la esperanza de que se le abrieran todos los caminos.
No sé si Caridad fue feliz allí o no, pero a nuestro modo, Heberto Padilla y yo lo fuimos, amándonos, viviendo intensamente y recibiendo a amigos (ahuyentando también a unos cuantos espías e informantes de la Seguridad del Estado). Allí escribió Heberto Fuera del juego, y yo, Juego de damas. Sí, fuimos felices en O y Humboldt, aunque como Caridad, terminásemos en una celda de la Seguridad del Estado.
Al cabo de 38 años sólo deseo recordar los momentos eternos: el amor, y la luz marina que se colaba por la ventana.
12 comments:
Me emocionas, no solo tus ojos tienen la capacidad de traspasar lo invisible, tambien de llevarnos a un lugar.
Cuantas historias, cuantas vidas.
Que camino espiritual tan grande debes haber recorido que puedes narrar esos hechos violentos y salvar el amor.
UN abrazo y gracias.
"Como vivo en un eterno presente" Qué razón tienes, Belkis. El pasado y el futuro de los normales en nosotros es siempre PRESENTE. Y qué triste, además.
Un beso grande.
David
Muy interesante. Sigue escribiendo así de bien, Belkis, un abrazo
Querida Belkis,
se me saltan las lágrimas a los ojos.
Besos,
Isis
Belkis querida,
La tuya es una historia muy conmovedora. También la prefiero a la descripción que hace Edwards. No me voy a extender sobre eso. Ya te dije que voy a escribir un post con mis impresiones sobre el libro.
Por lo pronto, me dejas bañada por la luz marina que evocas y por el amor que lo purifican todo. Gracias por compartir tan hermoso recuerdo, a pesar del horror.
Isbel
PS: sigo sin saber si te llegan mis mensajes. El último lo mandé cuatro veces. Un abrazo.
Tus descripciones son tan buenas, tan vívidas, una se siente como si estuviera allí...Y qué maravilla conservar el espíritu y los recuerdos, así puedes seguir siendo feliz. Además. ¿cómo no serlo en ese bello rancho y rodeada de tus lindos animalitos? dale un hocicazo a la Boomer...
Belkis,
Sobre el mensaje que no te llega, si lo buscas por Facebook fíjate donde dice "Bandeja de entrada", en el cintillo de arriba. Seguro verás que allí está esperando. Pienso que lo que sucede con mi dirección es que no la has reconocido como uno de tus “remitentes seguros”. Debes ir al mensaje mío que antes habías rescatado del Junk Mail y pararte encima de mi nombre con el Mouse. Una vez allí, aprieta la parte derecha y marca la opción “correo electrónico no deseado”; te saldrá un menú lateral, ahí debes marcar “agregar a remitentes seguros”. Si el mensaje ya estuviese abierto, entonces párate encima de mi nombre, arriba, en los datos del remitente y haces lo mismo (clic derecho con el Mouse), pero esta vez marca la opción “agregar a contactos de Outlook”. Bueno, espero trabajes con Outlook Express :-)
Ojalá logres solucionar el problemita técnico. Tengo deseos de leer tu respuesta. El post de hoy me tiene pensando. Un abrazo y disculpa te escriba esto aquí, pero es por donde único recibes bien mis mensajes.
Isbel
Conmovedor, gracias.
Verdaderamente emocionante. Leí el libro de Edwards cuando llegué a La Habana, hace casi tres años. Era lógico, tengo la misma profesión que tenía Edwards entonces y soy del mismo continente. Fue a partir de ese libro esclarecedor donde me enteré por primera vez del caso Padilla. Luego fui profundizando más. Hoy digo que me gustaría leer "Fuera de juego", si es que se consigue en algún lugar aparte de la feria del libro usado de la Plaza de Armas. Qué bien escribe, Beliks!
Gracias Belkis, hermoso relato, me acuerdo de verte con tu hijo, bebé, en brazos y con Heberto entrando en la uneac por la puerta lateral.
Gracias por la foto que encontré el otro día en tu blog de muchos de los que trabajaban contigo, detràs, al fondo se ve a Teo Espinosa. Recuerdo a Ingrid Gonzàlez, tenía varios niños y a Reinaldo Arenas en los jardines de la uneac. Besos y muchas cosas buenas para tí y tu familia.
Mi querida Belkis:
“The Way We Were” bañó mi imaginación de luz marina, de dulce amor;
Me contagio una nostalgia que aunque ajena sentí mía, gracias al encanto de tu inspiración y de tu pluma. Te felicito.
Bendiciones, siempre.
O y Humbold. No tenía idea que habian vivido allí.
Cuántas veces pasé por esa ezquina sin sospechar la historia que guardaba!
No dudo que haya estado en tu edificio y cuidado... En el 60 y pico yo cobré recibos de una clínica en esa zona.
Te deseo lo mejor.
Saludos,
Al Godar
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