Tuesday, September 29, 2009

Adios, mi querida Boomer!

Ayer por la tarde se fue mi querida Boomer. Había estado a mi lado 13 años, y siempre fue ese ser noble y callado, que ni siquiera ladraba. Una husky dotada, como los de su raza, de un especial sexto o séptimo sentido --quién sabe--,capaz de leer mi pensamiento, de adivinar cuándo yo había decidio sacarla a caminar por el vecindario. O de por qué lloraba.
Tenía los ojos negros, bellísimos,como diseñados con pincel, y me miraba desde algún sitio del alma.
La encontré muerta, es decir, dormida, tras varios días de mucho sufrimiento. Creo que esperó a que yo saliera brevemente de la habitación para ahorrarme la despedida, que hubiera sido otro momento verdaderamente triste, cuando uno se siente impotente ante la muerte.
Subió al cielo su alma, porque los perros tienen también una, aunque quizás de otra naturaleza. No lo sé, pero estoy segura de que hay un ángel más allá arriba, y de que no se apartará nunca de mí, al igual que no lo han hecho ninguno de mis adorados perros y gatos que partieron antes que ella.
Dios te bendiga, mi inolvidable Boomer, la dulce y tierna Boomer.

Thursday, September 24, 2009


El otro Heberto: desde el fin del mundo


María Padilla y su padre, Heberto Padilla, en La Habana, a mediados de los setenta.

Belkis Cuza Malé


Los poetas son profetas, aunque casi nunca en su tierra. En el caso de Heberto Padilla no cabe dudas de que vaticinó en Fuera del juego mucho de lo que hoy vemos en la Cuba castrista. Por eso, aquéllo de que *no fue un poeta del porvenir*, como afirmó en uno de sus versos, no me parece justo, ni acertado. Sin jactarse de predecir el futuro, lo encontramos siempre *leyendo* el porvenir. *Pablo, cuando yo muera*, dice en verso temprano, adelantandose a los años, aunque puede afirmarse que nunca buscó claridad en torno al tema espiritual. Lo suyo no era la metáfisica, sino la filosofía, la búsqueda de una verdad que encajara en sus propias angustias existenciales.
Su única referencia religiosa se remonta a aquella escuela de monjas en Pinar del Río, donde estudió hasta el tercer grado. Le conmovía recordar el ambiente del convento al que estaba adscrita aquella escuela de su infancia. Ya de mayor, no buscará a Dios del modo tradicional, a pesar de que parecía atormentarlo un dolor ontológico muy profundo, que no sabía expresar más que a través de la depresión. A veces repetía los versos del Eclesiastés, como para apoyarse en su propia duda.
Luego, en aquella revista de la iglesia episcopal, que dirigía por entonces Vicente Echerri, escribíó el único texto donde intentaría poner en claro su a ratos agnosticismo. *Alguien paso* fue el título escogido para nombrar su asombro ante lo innombrable.
No sé si aquello del cielo y el infierno le ofrecía techo moral, porque como digo se
alejó del tema para adentrarse en aquel otro que a mí me inquietaba, el de la Historia. Sí, yo, que no entendía nada de esa conjura extraña que significaba la razón social, me quedaba siempre a ciegas, mientras Heberto buscaba en la realidad inmediata una excusa para no creer.
*Callate, bruja*. Le oí decir a ratos, casi riendo, atemorizado porque yo abriera la boca y empezara a leer destinos y accidentes en alguna fiesta a los que alguna que otra vez solían invitarnos, antes de que se produjese el Caso Padilla. Supongo que se avergonzaba de estar casado con una *pitonisa*. Pero yo disfrutaba llevándole la contraria.
Hubiera preferido, decía muy en serio, una doctora en farmacia, o una científica, alguien alejado de su propio mundo intelectual. Le cansaba estar el santo día hablando con una mujer que repetía todo el tiempo lo mismo que él, y que de contra le leía el porvenir.
Pero el 24 de septiembre de 2000 se hizo el silencio. Su voz calló, y tras su partida apenas si recuerdo haber soñado una o dos veces con él. Lo mismo me ha sucedido con familiares y amigos muertos, como si se alejaran hacia un espacio infinito e inaccesible.
En octubre del año pasado, mientras seleccionaba los libros que traería conmigo a la Florida, descubrí la presencia de Heberto muy cerca de mí. Sacar el polvo a esos libros me hizo abrirlos y encontrar números en la primera página indicando fragmentos del libro que habían llamado su atención, al igual que pequeñas notas sobre los más variados temas, sin relación alguna con el libro, en la última página. Allí estaba él, con su inolvidable caligrafía, escribiendo mensajes que a primera vista parecían códigos indescifrables. !Rescua de números, teléfonos, nombres, títulos de algo, pensamientos al vuelo, qué sé yo! Mensajes a mi persona, nunca antes leidos. ¿Cuándo los escribió? ¿Cómo no los había visto antes? Mensajes respuestas, quizás advirtiéndome, protegiéndome de extraños peligros. O porque, como dice en uno de sus poemas, *está obligado el ojo a ver, a ver*.
El, que parecía despreciar el oficio de lector espiritual, se comporta ahora como uno más: abro un libro y allí está su mensaje. Y sé que es un mensaje actualizado, con vida, una referencia inmediata a algo que debo conocer, o que me inquieta.
Una tarde de este agosto, mirando el azul descendiendo sobre el mar, abrí un libro al azar y descubrí mi nombre; a solas allí, tanto como lo estoy yo, escrito con su hermosa letra de calígrafo japonés: Belkis. Eso era todo. Acompañado del silencio atronador del más allá.

*Hoy se cumplen nueve años de su partida.
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Sunday, September 13, 2009


En este parque, con Juan Almeida: mi primer diseño

Belkis Cuza Malé

Corría 1967, a poco menos de un par de meses de que el libro de poemas de Heberto Padilla, Fuera del juego, ganase el Premio Julian del Casal, de la Unión de Escritores, libro que marcaría un hito en la literatura cubana y que inauguraría la disidencia contra el régimen castrista,
A su regreso de Europa, a donde había viajado como representante del Ministerio de Comercio Exterior para los países escandinavos, y tras renunciar a la oferta de que se hiciese cargo de las oficinas en París, Heberto se lanzaría en la peligrosa aventura de enfrentarse al sistema. Lo hará de súbito, ante mis ojos aterrados, cuando me lee los espléndidos poemas que ya estaban formando el cuerpo de su Fuera del juego, título que de por sí no dejaba dudas de la intención del poeta. Son los días en que de forma apocalíptica decide romper lanzas y defender a Guillermo Cabrera Infante, y atacar a Lisandro Otero, cuando El Caimán Barbudo le pide su opinión sobre Pasión de Urbino, la novela que meses atrás había ganado mención en el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Al sacar a la luz los atropellos contra el autor de Tres tristes tigres, por parte de las oscuras fuerzas de la policía secreta, y defender a Guillermo, en detrimento del seguroso Otero, y de su mediocre novela, Heberto no sólo se granjeó el odio del personajillo de marras, sino que provocó la ira de los represores, a los que él sin duda había acusado en esa polémica, señalándonos con pelos y señales. Era la primera vez que alguien usaba en la Cuba de entonces un espacio periodístico para ejercer el derecho a la libre expresión. Sería la primera y la última, creo yo, porque a partir de ahí, y tras la salida de Jesús Díaz, director de El Caimán Barbudo (a quien es obvio obligaron a renunciar), corren por La Habana peligrosos aires de represión. Esa polémica fue el detonador que necesitaba el gobierno para poner en práctica aquellas palabras pronunciadas por Fidel Castro en la Biblioteca Nacional en época tan temprana como 1961: *Con la Revolución todo, contra la Revolución nada*.
De modo que la acción de Heberto lo afectará especialmente a la hora de encontrar un empleo, pues ya dije que a su regreso de Europa se había negado a seguir siendo el representante comercial de Cuba en el extranjero. En un país donde el gobierno es la única fuerza de trabajo, no le iba a ser fácil sobrevivir. Recuerdo, además, las amenazas de Lisandro Otero –director entonces de la Revista Cuba Internacional, y colaborador oficial de la Seguridad del Estado—cuando se llenó la boca para decirle a Heberto: * la comida de tus hijos está en peligro*.
Pero gracias a la buena voluntad del comandante Alberto Mora (quien precisamente hoy, 13 de septiembre, se pegó un tiro hace ya 37 años). Heberto pasó a ocuparse de las relaciones internacionales en la EGREM, la empresa cubana de discos. Era una trabajo más bien burocrático, que no le iba a durar mucho, pues estábamos a unos pocos meses de *la nueva provocación´ del poeta, al concursar en el Premio Nacional de Poesía Julián del Casal.
Su pasada experiencia como fundador y director de la empresa Cubartimpex, que se encargaba de la importación de libros y arte, lo avalaban para la nueva tarea en la EGREM, aunque por esa época yo sentía que Heberto no estaba interesado en nada que no fuese abrirle los ojos a los demás sobre el peligro que ya acechaba a la sociedad cubana, tras haber residido varios años en los países socialistas y comprobar el desastre en que éstos se habían convertido. Fuera del
juego es el resultado de esa experiencia traumática, que convertirían al poeta en un verdadero profeta.
A la EGREM llevó a trabajar con él a Alberto Martínez Herrera, cuentista y ensayista, gran amigo que había estado también en Cubartimpex. Por esos días yo había sido echada del periódico Granma, donde trabajaba en las páginas culturales, y andaba en busca de empleo, y Alberto, que sabía de mi interés por la pintura y el diseño, me llamó para proponerme una colaboración. Se trataba nada más ni nada menos que de diseñar el nuevo disco LPV del comandante Juan Almeida. Recuerdo que abrí mucho los ojos y le pregunté a Alberto si estaba loco. *Pero si yo nunca he diseñado nada, y menos un disco. Y para colmo se trata de un personaje como Almeida*. Alberto me convenciò de que èl conocìa mi talento artìstico (¡!!) y de que iba a hacer un buen trabajo. Ademàs de que me pagarìan $50 pesos, entonces una fortuna.
Fue Heberto quien, con su natural instinto para el diseño, me sugirió el estilo que mejor cuadraba a aquella foto de un par de enamorados que Almeida había enviado a la EGREM y sobre la que debería elaborar el diseño. No me gustaba para nada esa pareja convencional que sin duda dejaba poco espacio para la imaginación. Pero con la sugerencia de Heberto me di a la tarea de hacer un boceto. Lo peor venia a continuación. Apenas si podía comer y conciliar el sueño pensando que estaba citada para entrevistarme con el comandante Almeida en las oficinas del Ministerio de las Fuerzas Armadas. Para colmo, el hombre estaba sustituyendo a Raúl Castro, que se había tomado unas vacaciones, o andaba viajando, y era nada menos que el ministro. Yo temblaba de pensar en ese encuentro, y en sus posibles consecuencias si no le gustaba mi diseño o si me pedía referencias como artista gráfica, o si se enteraba de que me habían echado del periódico Granma. Ya me veía entre rejas, acusada de burlarme del Ministro de las Fuerzas Armadas, héroe a su vez de la Revolución.
Temblando, y tras identificarme en los distintos puntos de chequeo, subí por el elevador hasta donde me indicaron estaban las oficinas del Ministro. La secretaria que ocupaba el buró a la entrada, me hizo pasar a un enorme salón, amueblado con estilo y modernidad, donde recuerdo que prevalecìa el color marrón. Presidiendo el sitio descubrì sin mucho esfuerzo un gigantesco y moderno tocadisco y grabadora, como ésos que sòlo se veìan en Cuba en las pelìculas.
Sola y sin dejar de temblar, con mi carpeta repleta de bocetos y papeles que yo intentaba no tirar al suelo, lo vi llegar por alguna puerta lateral. No era muy alto, un mulato de rostro agradable, con grandes bigotes, y pensé que me recordaba a Antonio Maceo, aunque de seguro el Titán de Bronce debió ser más alto. Ni entonces ni ahora mi valoración de su físico estaba asociada a la política: era sencillamente un mulato que se me parecía a Antonio Maceo. Punto.
Debió notar que yo estaba muy nerviosa cuando estreché aquella mano que me extendió con amabilidad. Nos sentamos en un sofá negro que había en el amplio salón y enseguida abrí la carpeta mostrándole mis bocetos en los que encajaba aquella foto que él se había empeñado que presidiese la portada de su disco En este parque.
Para mi sorpresa le pareció bien lo que yo le mostraba, y no recuerdo que me hubiese preguntado nada al respecto. Fui yo quien quería adelantarme a sus pensamientos, para evitar así sus preguntas. Lo vi sonreir y darme las gracias, y yo me despedí aliviada.
Ahí no terminaría mi labor con el disco En este parque, sino que además del diseño tuve que escribir la contraportada. Cuando terminé, entregué mi trabajo a la EGREM y ellos se encargaron de imprimir el disco en España. Meses después me enviaron una copia de En este parque. El diseño y la labor de edición del mismo llevaban mi firma, lo cual --dadas las circunstancias—me hizo sentir complacida. Quizás, el comandante Juan Almeida no se enteró nunca con quién aparecía en su disco En este parque. Me había graduado como diseñadora y a la vez, había pasado una prueba de fuego.
Anoche, pensando en todo esto, abrí el Gramna para leer sobre la vida de Almeida y oi su canción La Lupe, interpretada por Silvio Rodríguez. Para ser justa con Silvio (a quien detesto) y a quien conocí en sus años de rebeldía, cuando escribió una canción para Heberto y su Fuera del Juego, y aquella vibrante Para no verte tanto, contra Fidel Castro, diré que su interpretación de La Lupe, la canción con que Almeida se dio a conocer, es realmente buena. Lo cortés no quita lo valiente.
No voy a juzgar a Juan Almeida, no soy Dios, ni me interesa. He oido, y leido ( y no precisamente en Granma, sino en el blog miamiense Secretos de Cuba) que en varios instantes de su vida demostró actuar con honestidad: *Fue sustituido por el comandante Dermidio Escalona, al negarse a torturar a los prisioneros* (en Playa Girón), dice la nota de Secretos de Cuba. Este simple hecho me basta para entender que no importa dónde las circunstancias de la vida nos coloquen, siempre habrá dos bandos, el de los buenos y el de los malos. Y no hay absolutos para Dios. Tampoco debería haberlo para nosotros.
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