Monday, April 26, 2010

La noche de la autocrítica en la UNEAC: Abril 27 de 1971


Belkis Cuza Malé

Han pasado 39 años.

Como flechazos de luz recuerdo la escena. Estoy en Miramar, en la saleta del poeta Pablo Armando Fernández. Hay otros alrededor, alguien que quizás llega y dice que las agencias de prensa ya tienen un documento que ha escrito Heberto, que la Seguridad del Estado está difundiendo en esos medios. Es un documento de autocrítica. La luz que se filtra a través de las ventanas parece opacar mi visión. Pablo habla pero yo no entiendo nada, mueve las manos, va y se sienta en el mullido sillón. Maruja trae unas tazas con café. Yo me marchó más confusa que cuando llegué. No sé qué está pasando. No puedo imaginar de qué están hablando ahora las agencias de noticias, especialmente aquel señor corresponsal de France Press, que muchos aseguran era un colaborador de la policía cubana, el tal Chango, argentino.
En mi apartamento tengo de visita a mi amiga Elkes Arjona, va a quedarse por un día o unas horas, no lo recuerdo. Ha llegado de Santiago y está usando el pequeño cuarto de María Josefina. Es un día extraño del que vuelan los recuerdos. Anochece pronto o lo imagino así. Miro por la ventana y el hotel Saint John está a oscuras, mejor dicho, estamos a oscuras, la noche ha caído sobre La Habana, pues por extraño sortilegio, se ha producido un apagón, el primero del que se tenga noticia. La ciudad está completamente a oscuras. Luego lo veré como un símbolo de lo sucedido aquella noche. Hace un rato, todavía con electricidad, el teniente Gutierrez, de la Seguridad del Estado, ha llamado por teléfono y dice que dentro de una media hora estará aquí y que trae a Heberto. No puedo creerlo. Treinta y seis días incomunicado en las celdas de Villamarista, y salvo los 15 minutos que me permitieron verlo el 4 de abril, no he tenido otras noticias suyas. Ahora lo traen, y de pronto recuerdo que Elkes está en casa, y que sabrá Dios qué dirán si la ven. Por eso le pido que no salga del cuarto cuando toquen a la puerta.

La ciudad, repito, está a oscuras. Súbitamente a oscuras. Camino como sonámbula por el pequeño apartamento, hasta que siento que tocan y luego de advertirle de nuevo a Elkes que permanezca encerrada, voy y abro. Ha llegado la luz como por arte de magia hace unos minutos, y allí, de nuevo, hay unos hombres extraños en la puerta. Hombres de la Seguridad del Estado. He olvidado si el teniente Gutierrez viene de uniforme, sólo lo recuerdo como un tipo de mediana estatura, flaco, de rostro serio, que inspiraría confianza si no fuera de la policía política. Se hacen a un lado y dejan entrar primero a Heberto. Nos abrazamos, yo con más nerviosismo que nada, incapaz de creer que al fin se haya producido el milagro y Heberto esté de regreso en casa. Gutiérrez dice algo que tiene que ver con alguna cita futura y da media vuelta, le siguen los otros y se marchan.

Lo habían traído directamente a casa desde el Hospital Militar, según me contó luego. Allí pasó las últimas dos semanas de su prisión, enfermo de los riñones, a consecuencia del pentotal que le inyectaban en las venas. Todavía lo recuerdo sacando de sus bolsillos varios pedacitos de lápices con los que, dijo, había escrito la primera versión de la autocrítica, en la Seguridad. Estaba pálido y más delgado, pero casi tranquilo.

Cuando se cierra la puerta, ya a solas, se lleva el índice a la boca y me pide silencio. Vamos en busca de un papel y usamos aquellos pedacitos de lápices. Esa noche nos escribimos como si se tratara de cartas a algún ausente. Hay que mantener la boca cerrada y comunicarnos por escrito: las paredes tienen oido. Luego, a mi lado, allí en el sofá cama en el que entonces dormíamos, apretados uno junto al otro, como en uno de sus poemas, nuestros cuerpos son tablas de mutua salvación.

Al otro día, temprano, lo oigo hablando en el teléfono con María Luisa, la esposa de Lezama, y luego de una breve conversación con el autor de Paradiso, se dirige a la casa de Trocadero. Va a explicarle lo que ha pasado y lo que sucederá esa noche en la UNEAC: pero no hay necesidad de convencerlo, porque Lezama comprendió al instante lo que la Seguridad del Estado había tramado.

Sobre las siete de la tarde vamos ya en camino a la sede de la UNEAC, no lejos de nuestro apartamento en O y Humbold. No sé en qué tiempo, ni cómo, pero Heberto ha informado también ese mismo día a los poetas Pablo Armando Fernández, César López y Manuel Díaz Martínez de la situación y de lo que la Seguridad exigía a cambio de no proseguir la cacería de brujas contra ellos. El precio: la autocrítica.

Mientras atravesábamos en diagonal el parque de H, le digo que yo también quiero hablar, que voy a hacerlo. Pero me dice que no, que de ningún modo. Al final cede ante mi insistencia y soy yo, no él, quien decide que debo ser incluida en la autocrítica.

Subimos los amplios escalones de la mansión: en la puerta, lista en mano, un empleado de la UNEAC se encargaba de chequear a los que iban llegando. Sólo ciento cincuenta miembros habían sido *invitados* al espectáculo de degradación de aquella noche. Espectáculo único que pasaría a la historia como capítulo central del *caso Padilla*.

La sala Martínez Villena -- que hacía las veces de galería de arte, y que en tiempos de Gelats era el garaje, con apartamento de servidumbre en lo alto-- estaba repleta. Pero en medio de los escritores y artistas que parecían clavados ya a sus sillas, se movían unos extraños personajes, de traje y corbata, y cuyos rostros conocía de sobra, los policías de la Seguridad del Estado. Las cámaras de cine del ICAI ya estaban debidamente situadas frente a una mesa a la entrada, de espalda al jardín, mientras el público ocupaba el resto del salón, como en un teatro.

Sereno, como calculando lo que pronto sucedería y que él parecía conocer al dedillo, Heberto permanecía a mi lado, mientras se abría el espectáculo con las palabras de José Antonio Portuondo, excusando a Nicolás Guillén por no sé qué enfermedad. Era óbvio que Nicolás no deseaba estar presente, y que debía tenerle miedo a la Historia. Portuondo, por su parte, carecía de escrúpulos al asumir su papel de presentador, en calidad de vice presidente de la UNEAC. El antiguo rector de la Universidad de Oriente, y promotor de un grupo de jóvenes poetas de la provincia, entre los que me encontraba, había sido también mi profesor de estética en la Universidad de La Habana. A pesar de ser un viejo marxista, tenía aspecto y maneras de burgués, siempre vestido con elegancia, al igual que su esposa, una señora de porte distinguido a quien recuerdo en su casa de Vista Alegre, rodeada de comodidades y cierto lujo.

Cuando Heberto tomó la palabra, un extraño silencio estremeció la sala, como si las víctimas de los Procesos de Moscú revoletearan en el techo, pero pronto dominó la escena con su fabulosa capacidad de improvisación. Las cámaras del ICAIC lo seguían como espías malévolos; los agentes secretos de la Seguridad no le quitaban los ojos de encima. Heberto hablaba sin necesidad de echar mano a papeles o a guía alguna. Parecía un actor repitiendo un texto previamente aprendido. Se repetía a sí mismo. Repetía, con pelos y señales, el libreto previamente escrito en la Seguridad del Estado y que sus carceleros habían aprobado, luego de tachar y corregirle ciertas líneas. Incluso leyó un poema escrito en prisión, dijo él, en homenaje a la primavera. Un poema absurdo que era parte del espectáculo. El tono de la autocrítica era de por sí una denuncia al totalitarismo, a la dictadura. Una acusación que cualquiera podía ver a simple vista. Una trampa, en que Heberto hizo caer al propio Fidel Castro.

Si alguien duda de las verdaderas intenciones de su autocrítica, debería detenerse y analizar a fondo todo lo allí dicho, y leer entre líneas, porque incluso tuvo la habilidad de dejar bien claro el papel de informante de la Seguridad que había jugado Norberto Fuentes en aquéllo. Tres días antes de nuestra detención, Norberto --que no era amigo de Heberto, sino mío-- se había presentado en nuestro apartamento con el pretexto de hablarle de la situación en torno al fotógrafo francés Pierre Golendorf, detenido recientemente. Y luego de tres días de conversaciones, el viernes 19 de marzo, también se apareció en el Hotel Riviera, donde Saverio Tuttino, corresponsal italiano de la Unitá, se había citado con Heberto y Jorge Edwards para despedirse.

Pablo Armando Fernández, César López, yo y Manuel Díaz Martínez, fuimos ocupando uno a uno el banquillo de los autocriticados. ¿Qué dije? Ya ni lo recuerdo, pero sí que me acusaba a mí misma de hablar mal del gobierno y ser una desafecta y una malagradecida, incapaz de ver todo lo que, como escritora y ser humano, le debía a la Revolución, y cómo había yo influido negativamente en Heberto.

Todavía resuena en mis oidos la voz del poeta haitiano René Depestre, su español afrancesado, lleno de emoción, quien entre incrédulo y asombrado, con auténtico candor, se pone de pie y saluda. ¿Cómo no iba Depestre a reconocer la farsa? La respuesta la da cuando poco tiempo después se marcha de Cuba para no volver jamás.

Las luces se van apagando, los *actores* reciben abrazos, saludos, confraternización, como si allí no hubiera pasado nada, como si las aguas bautismales nos hubieran librado para siempre del pecado cometido contra la Revolución.

Los policías se escurren entre la multitud, y el ICAIC recoge sus cámaras y artefactos y se marchan todos. Santiago Alvarez, director del Noticiero ICAIC, lleva bajo el brazo la cinta maldita de la grabación. Fidel Castro lo espera impaciente en su despacho para verla. Al menos, piensa, ha conseguido humillar a Heberto, hacerle que se trague sus propias palabras, y avergonzarnos al resto.

Pero días después la respuesta de los intelectuales europeos y latinoamericanos más importantes de la época, desde Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, hasta el propio García Márquez, lo hizo despertar de su sueño. La autocrítica de Heberto Padilla se había convertido en un boomerang, y dañaría para siempre la imagen de la Revolución en el mundo.


FOTOS: Heberto Padilla, por Lee Lookwood
Florencio García Cisneros, con Heberto y Belkis, en Cuyler Rd, Princeton, 1992.


Thursday, April 22, 2010

Vicente Echerri y otros queridos amigos poetas, de visita en La Casa del Agua (La Casa Azul)

Belkis Cuza Malé


El miércoles 21 de abril, La Casa del Agua (La Casa Azul) recibió la visita del poeta, escritor y periodista Vicente Echerri, amigo de toda la vida, de los tiempos, sobre todo, de Princeton. Hacía un año que Vicente no volvía a Miami; pero la comunicación nunca se pierde. Vicente es un amigo de la cercanía del espíritu. Nos unen tantas cosas, y en especial, la memoria de Heberto, a quien no podemos dejar de recordar cuando nos vemos.
Para celebrar la presencia de Vicente Echerri en la capital miamense, nos hicieron compañía los queridos poetas y escritores Reinaldo García Ramos, Juan Cueto-Roig y Baltasar Santiago Martin. Pero además, contamos con la presenciad el cantautor Carlos Gómez y Marta, su esposa. Sólo que una inesperada llamada de casa, hizo que los artistas se marcharan corriendo, y nos dejaran sin las canciones prometidas. Será otro día.
Fue una tarde agradable, como siempre, pues los amigos son muy queridos en La Casa del Agua y siempre la pasamos bien. Y además de la conversación y los vinos, comimos a gusto. Sí, porque estuve todo el día cocinando para ellos, porque quiero seguir mereciendo la medalla de "Chef" que me han dado estos desde los tiempos de aquel famoso pavo del Rancho. Pero está vez fue una pierna de puerco asada, estilo cubano, y muchas otras cosillas que improvisé.
Aquí las fotos. Cinco son de Reinaldo García Ramos y las otras cinco de Baltasar Santiago Martin. Gracias a todos por la gentileza y la amistad.
Y se las pongo corriendo, porque dentro de un ratico me voy al homenaje que la ciudad de Miami (auspiciado en primer lugar por la Fundación Apogeo y su director Baltasar Santiago Martín) va a ofrecerle esta tarde en el teatro Tower a la gran rumbera, actriz y cantante, Amalia Aguilar, una gloria de Cuba (y de México). Famosa entre los famosos del gran cine de oro mexicano.


Sunday, April 11, 2010

Inaguración del tríptico de Gloria MilandelaRoca, Setra, Apogeo, NaGari y Tertulia

Belkis Cuza Malé

El viernes 9 de abril, Gloria MilandelaRoca, artista y poeta venezolana, residente en Miami, cortaba la cinta inaugural de su hermoso tríptico --en compañía de otros artistas y su familia--, al día siguiente en La Habana se celebraría un ridículo y penoso acto en la llamada Tribuna Antimperalista.
Perdónenme que aproveche este espacio para hablar de ese ridículo, pero no puedo dejar de hacerlo. Es casi para llorar, sólo que como dice la gran Celia Cruz en esta canción que he escogido especialmente como música de fondo, "la vida es un carnaval". Sólo voy a señalar por qué tildo de ridícula a Nancy Morejón, poeta que parece haber perdido el rumbo.
Cuando en 1964, siendo ambas casi unas adolescentes, me pidió que escribiera el prólogo de su libro Amor, ciudad atribuida, publicado por las Ediciones El Puente, aún no nos conocíamos en persona. Yo vivía en Santiago de Cuba y ella en La Habana, pero nos unía una amistad epistolar y la poesía. La Nancy Morejón que conocí luego no me decepcionó, era fina, callada, y decía tener entonces una extraña relación *sentimental* de pareja dispareja, con Miguel Barnet. Nuestra amistad continuó siempre a lo largo de todos los años en que trabajaríamos juntas en La Gaceta de Cuba de la UNEAC. De ella, tan discreta, no puedo decir otra cosa.
A Miguel Barnet prefiero recordarlo como al amigo de los tiempos dificiles, el mismo que me invitaba al Copellia a tomar helado de limón o de fresa, y me acompañaba a menudo a caminar por El Vedado, mientras iba "matando" mujeres, para que yo, decía, pudiera vestirme como ellas. El Miguel ingenioso, y a ratos serio, que no dejaba entonces de compartir conmigo sus pensamientos, que años después recogería para mí en la casa de Pushkin en Rusia, aquella bellota que guardé con la ilusión de una reliquia. El Miguel Barnet que fue testigo de nuestra boda, que ofreció su casa para celebrar el matrimonio. El mismo Miguel que en alguna ocasión, cuando no teníamos dónde, nos ofrecía a Heberto y a mí su cama para que pudiéramos amarnos. El Miguel de la jicotea en la bañadera, del majá quita malas vibras. Sí. Ese es el Miguel Barnet que prefiero guardar en mi memoria. A éste de la tribuna antimperialista no lo conozco. Tampoco a esta Nancy, con ese alarde de dirigente sindical con vuelos de mala poesía.
No voy a aceptar que la vida y el tirano los hayan transformado hoy en estas babosas. Ni que hablen con ese lenguaje trasnochado. Ahora, en lugar de ser poetas, son grandes farsantes, se han subido a la tarima y se ponen esas máscaras de "dirigentes revolucionarios". Si al final de sus vidas Nancy y Miguel no terminaron casándose (aquéllo era un juego, claro), se han casado de otro modo, con la retórica del pasado, con la mentira. Ellos, tan liberarles, tan homo, tan lesbi, tan tan... ahora son los jefes de la Unión de Escritores. Los herederos de Nicolás Guillén y de unos cuantos más. Con la diferencia de que nunca le oi un discurso a Nicolás, ni un teque, ni nada que no fuera su poesía. Y ni eso, porque no lo dejaban leeer sus poemas en la Tribuna del Máximo Líder, quien solía llamar a NG *un negro con un tambor*.
Pero como ¨la vida es un carnaval" y ahora mis amigos se han quedado en la nebulosa del pasado, y se alían con las sombras, y les dan la espalda a los muertos de la patria, les pongo aquí a la Celia para que les cante y recuerden --especialmente Nancy, que siendo niña era vecina de Celia en La Habana-- que detrás de esa comparsa de ellos dos está la muerte y el dolor de todo un pueblo. Por fortuna, otros amigos escritores y artistas parece que prefirieron quedarse en casa, y no los pudieron convencer para la pachanga de la tribuna antimperalista.
Pocas horas antes, pero en la ciudad de Miami, otros artistas --cubanos, venezolanos, colombianos, etc,--, se reunían libremente para acompañar a Gloria MilandelaRoca a inaugurar su tríptico en los portales de la Joyería Ultra. Libres para expresarse, para compartir, no importa lo que cada uno piense de cualquier tema. Libres para disentir o para creer en lo que les apetezca.
La actividad, organizada por la Fundación Apogeo, que dirigen Baltasar Santiago Martín, Miguel Alzate y Eneida Banegas, y por el Grupo Sentra, que publica la revista literaria NaGari, se celebró en el Centro Cultural Cuba Ocho, con artistas libres, a diferencia de aquéllos de la Tribuna Antimperialista.
Gracias a todos por haberme invitado a su tertulia, y por poder charlar sobre estos 28 años de Linden Lane Magazine. Con una segunda patria, pero sin amos.

Fotos cortesía de Bernardo Diegues.
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Thursday, April 01, 2010

Acaba de salir Linden Lane Magazine, Vol. XXIX No. 1 Primavera 2010



Belkis Cuza Male

Gracias a todos los colaboradores de este primer numero del 2010. Los que deseen adquirir la edicion impresa, pueden examinar su contenido y si les complace solicitarla directamente aqui:

http://magcloud.com/browse/Issue/69639






O comprarla enviando email a lindenlanemag@aol.com

Acabamos de poner tambien Linden Lane Magazine en la web site de La Casa Azul. Vayan y disfruten de la hermosa portadilla realizada generosamente como siempre por la artista y escritora cubana Karin Aldrey.
Aqui:
http://www.lacasaazul.org/Linden_Lane_Magazine_Vol29No1_Spring2010.html


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