Sunday, March 22, 2009


The Way We Were: Eramos tan felices...

(A 38 años del Caso Padilla)


Belkis Cuza Malé

Boceto de Juana Borrero (1877-1896) para el cuadro ¨Nacimiento de Venus¨

Como vivo en un presente eterno, olvido contar los años. Pero alguien me habló esta mañana del Caso Padilla y de pronto recordé. SÍ, han pasado 38 años.
Entonces fui y busqué una foto de Heberto Padilla, una de ésas--creo que del fotógrafo francés Pierre Golendorf--, donde está con la misma ropa con que se vistió a toda prisa en presencia de los policías que vinieron a arrestarnos el 20 de marzo de 1971. Porque Heberto estaba durmiendo cuando la Seguridad del Estado tocó a la puerta fingiendo ser el hombre del telegrama. Dormía desnudo, lo recuerdo bien, pues el apartamento era un horno si el viejo aparato de aire acondicionado no funcionaba a todo dar.
Allí está todavía en la foto, con aquel jean color crema que le había regalado el poeta mexicano Efrain Huerta, y una camisa de cuadritos, donde prevalecía el amarillo. Aparece rodeado de nuestros libros, de la máquina de escribir y de algunos afiches, como aquel del fotógrafo norteamericano Lee Lockwood, y otro, una reproducción de un Roualt, que ponían una nota de color en el pequeño apartamento que dentro de su modestia quería ser también hogar de escritores.
Nunca he entendido la forma en que lo describió Jorge Edwards en su libro Persona Non Grata. Porque mal que bien, nuestro apartamento de entonces, en la calle O y HUmboldt, a una cuadra de la Rampa, era un sitio amable,como digo, lleno de libros y cuadros, de fotos. Nada de lujos, claro. Tenía una habitación que transformamos en estudio, con un sofá cama (conseguido tras la gestión de Luis Santiago, un amigo inolvidable), y las paredes estaban cubiertas de libros y cuadros. La salita la había transformado en una cocina comedor, y al costado estaba el cuarto de mi hija, con una ventana.
Por extraños designios de la vida, las cuatro sillas de mimbre del comedor pertenecieron al dramaturgo Julio Matas, que había vivido en el edificio antes de marcharse de Cuba. A la vecina que heredó su apartamento le cambié aquellas hermosas sillas de mimbre por algo que no recuerdo.
En este mismo edificio, pero en un piso más alto, vivía la actriz Ingrid González, primero con su ex, el crítico Rine Leal, y luego frequentado por los maridos subsiguientes de Ingrid, incluyendo a Reinaldo Arenas, Noel Nicola y Joaquín Ordoqui García Buchaca. Este último solía visitarnos y compartir incluso algún que otro pato congelado que había *robado* del freezer de sus padres. El viejo Joaquín Ordoqui y su esposa, la García Buchaca, permanecían bajo arresto domiciliario en una finca de los alrededores de La Habana. Así que Joaquinito, el único que podía entrar y salir de aquel sitio, se aficionó a la conversación filosófica con Heberto, pero nunca tocamos el tema de sus padres, óbviamente prohibido, pues hubiera sido una descortesía de nuestra parte. Por mucho que me mataba la curiosidad, jamás abrí mi boca con preguntas indiscretas.
El edificio tenía fama, es decir, mala fama --y hasta un indecente nombrete--, cuando en 1967, y tras una peripecia que pudiera ser tema para una novela, me mudé allí. Habíamos recorrido La Habana y el Mariano de entonces, en el viejo automóvil del escritor Antonio Benitez Rojo, en busca del apartamento menos malo que se ajustara a lo único que me ofrecían. Yo preferí aquel que estaba cerca de la Rampa, y que aunque no tenía refrigerador (otra odisea para luego conseguirlo), ni balcón a la calle, y se accedía al primer piso por una escalera siempre a oscuras, una vez que cerraba mi puerta lo invadía la luz maravillosa que entraba por la ventana. Eso era suficiente para mí.
No podía quejarme. En 1966, divorciada, y en la calle y sin llavín, como decimos, aquel sitio se transformó pronto en un hogar para mí y mi hija. Y luego para Heberto.
Cuando entré por primera vez, no se habían borrado las huellas de los antiguos moradores, sus vibraciones. Pronto, la vecina chismosa se encargó de informarme que Caridad, que así se llamaba la inquilina anterior, se había marchado a Estados Unidos, tras haber estado en prisión. Nunca supe el nombre completo de Caridad, pero aquella manzana y otras ofrendas religiosas que encontré en un rincón, presumían que buscó la protección de los dioses africanos, seguramente con la esperanza de que se le abrieran todos los caminos.
No sé si Caridad fue feliz allí o no, pero a nuestro modo, Heberto Padilla y yo lo fuimos, amándonos, viviendo intensamente y recibiendo a amigos (ahuyentando también a unos cuantos espías e informantes de la Seguridad del Estado). Allí escribió Heberto Fuera del juego, y yo, Juego de damas. Sí, fuimos felices en O y Humboldt, aunque como Caridad, terminásemos en una celda de la Seguridad del Estado.
Al cabo de 38 años sólo deseo recordar los momentos eternos: el amor, y la luz marina que se colaba por la ventana.

Friday, March 13, 2009


Celebrando el Día de la Mujer en el Rancho Casa Azul


El domingo, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, mi casa volvió a abrir sus puertas a los visitantes. Esta vez se trataba de familiares y amigos. La dulce Ani Arenas y el pintor Arturo Cuenca fueron los primeros en llegar. Al rato, Bertha Hernández, la primera esposa de Heberto, y madre de tres de sus hijos, Marìa Padilla (la segunda hija de Heberto) y María Josefina Callejas Cuza (mi hija) hicieron su aparición. La sorpresa fue Oscar Montoto, uno de los mellizos, de los tiempos de la Avenida 31, en La Habana. Ani vino cargada de vinos y quesos, así que lo sumamos al almuerzo que yo había preparado durante toda la mañana. María Padilla y Ani se encargaron de las fotos. Las de Ani son las únicas que tengo esta noche y van como prueba de lo bien que lo pasamos. Fue una tarde memorable, al punto de que fìjense en la foto donde estamos Cuenca y yo frente al laguito, y veràn al fondo uno de los cisnes que conviven en el rancho. También, la cámara de Ani captó a algunos de los animales que habitan este hermoso sitio, entre ellos a Boomer, mi perra husky y a Nala, mi gata blanca persa. Bueno, tengo ocho gatos, y los otros andaban por ahí, felices de disfrutar de la libertad y el paisaje. También abundan los patos, los pavo reales, los pájaros, gansos y varios cocodrilos.
También ha sido Ani la que ha bautizado este sitio, que en lo adelante se llamará Rancho Casa Azul, así que no lo olviden
A la izquierda: María Padilla, Belkis, Arturo Cuenca, Bertha Hernández y María Josefina Callejas Cuza

Add Image Arturo Cuenca y Belkis. Con cisne al fondo


María Padilla, Arturo Cuenca y Ani Arenas

Arturo Cuenca, Belkis y Ani Arenas






De izquierda a derecha: Oscar Montoto, Belkis (con ojos dormidos y boca abierta), Boomer, mi perra, María Padilla, Bertha Hernández, Arturo Cuenca y María Josefina Callejas Cuza

Fotos: Ani Arenas

Thursday, March 12, 2009

Celebración en el Rancho Casa Azul




El Nuevo Herald Opinión

Publicado el domingo, 03.08.09

DIA DE LA MUJER





Las mujeres ¿estamos locas?



By BELKIS CUZA MALE



Hoy se celebra el Día Internacional de la Mujer, un día memorable, aunque sea hechura de una comunista, Clara Zetkin. Es un día de homenaje a la mujer como ser humano. Porque desde que el mundo es mundo las mujeres han estado sometidas a un equívoco. Y la culpa la carga Eva, la primera mujer, por haberle dado de comer a Adán la fruta prohibida. Ya sabemos lo cabezonas que somos las mujeres, lo contradictorias, así que no me extraña que seamos las culpables de nuestra propia desgracia.
Fíjense que no sólo Eva le dio a Adán a probar de la fruta prohibida, sino que despertó en él todos sus instintos y se abrió de este modo el conocimiento al bien y el mal. No sin razón Napoleón Bonaparte tuvo que dictar un mandato recordándoles a sus tropas que en el ejército estaban prohibidas las mujeres, y que sólo podían acompañarlos las lavanderas. Las otras, las infiltradas, recibirían varios fuetazos como castigo. Imagínense un ejército arrollador como el de Napoleón, de más de 50,000 soldados, donde tuvieran también que liar con las mujeres haciendo de las suyas. Porque sin duda esas mujeres querían seguir a sus hombres, cocinar para ellos, confortarlos, cuidarlos tras la batalla y sanarles sus heridas. Y, por supuesto, hacer el amor con ellos. Así eran y así son las mujeres.
Sí, las mujeres han sido siempre las madres de los hombres. Y no van a dejar de serlo. No importa que sean las adorables amantes y las fabulosas deidades que ganan concursos de belleza, que vuelan al cosmos, que escriben libros extraordinarios o que tienen manos de cirujanas y ojos para la batalla. Las mujeres no quieren dejar de ser madres de toda la humanidad. No quieren dejar de ser símbolos de la madre tierra, no quieren dejar que las encasillen en definiciones absurdas. Las mujeres fueron creadas por Dios con una encomienda divina: la de ser madre de todos y cada uno de los hombres, y ser semillas.
De la costilla del hombre la hizo Dios, no como un símbolo de dependencia al otro sexo, sino para dejar bien claro que el hombre y la mujer son una sola pieza, que deben vivir como esporas de una misma levadura.
Eso no niega la independencia de cuerpo y alma, ni la forma de actuar de acuerdo con mentalidades distintas. La mujer es un complemento del hombre y el hombre es un complemento de la mujer. Nadie estará perfecto si no encuentra eso que llamamos su media naranja. Donde no hay una mujer la vida es inconcebible.
La importancia de celebrar el Día Internacional de la Mujer radica precisamente en que cada día desde que abre los ojos hasta que reposa su cabeza en la almohada, la mujer respira, trabaja y lucha por todos y cada uno de los seres humanos que tiene a su alrededor, llámense el esposo, el amante, los hijos, o los amigos. La mujer es una diosa, una reina, una cocinera, una profesional en todos los campos, una lavandera, una celebridad. Sí, eso y más. Va viviendo todas las etapas de la vida con la misma pasión que puso Dios en su corazón. Y en la medida en que crece se fortalece, se hace única. Si las mujeres no fuesen como son, la obra de Dios no estaría completa. Por eso hay que poner como ejemplo en todos los aspectos a María, la madre de Jesús. En ella se resume la maravilla de la condición femenina: amor, pureza, sacrificio, entrega. Ella es el súmmum de ese otro sexo del que hablaba Simone de Beauvoir. María, tan moderna en su tiempo, fue madre y esposa ejemplar y también la más valerosa, al seguir paso a paso el calvario de su hijo. Y junto a ella estaban esas otras mujeres que también le acompañaron con devoción durante sus peregrinaciones, un pequeño conglomerado de devotas que le daban de comer, y se preocupaban porque al hijo de Dios en la tierra no le faltase nunca la presencia amorosa y desinteresada de estas madres, porque otra cosa no eran, madres al cuidado de este hijo único y divino que era Jesús para todas ellas.
Inferiores nunca hemos sido, lo siento. El movimiento feminista es una exageración. Las mujeres jamás, ni siquiera en los países donde es legal la poligamia, se han dejando aplastar por los hombres. En los rincones más extraños de este mundo hay mujeres luchando por ser lo que son, seres iguales que el hombre (y en muchos casos, lo siento, superiores), capaces de crear un mundo interior propio, maravilloso, para ellas.
Los que han intentado discriminar, esclavizar o abusar de las mujeres han salido siempre mal. Así que una vez más: ¡vivan las mujeres!
belkisbell@aol.com