Tuesday, November 03, 2009

Isel Rivero en La Casa del Agua (LCA)

Belkis Cuza Malè

Ayer lunes 2 de noviembre nos volvimos a reunir en La Casa del Agua (léase La Casa Azul). Un encuentro con una invitada especial, Isel Rivero, la poeta cubana residente en Madrid.
Han pasado más de 40 años desde que Isel publicò en las Ediciones El Puente, en La Habana de 1960, ese imprescindible libro suyo, La marcha de los hurones, y tras lo cual la propia autora se marchó del país, dejando una estela inolvidable y extraña. ¿Qué era aquello de La marcha de los hurones, me preguntaba siempre, quién era esa muchacha misteriosa que escribió aquellos versos formidables? Parece mentira, pero sólo ahora he tenido frente a mí a la autora. Claro que, durante todos estos años hemos estado en comunicación, y poemas suyos han aparecido en Linden Lane Magazine. Pero sólo ayer, repito, la conocí en persona. Y aunque los años han pasado, descubro en Isel una secreta juventud que salta a la vista cuando sonríe. Y también, esa paz que se desprende de su aura.
Fue una reunión entre amigos poetas, más que una reunión literaria. El primero en llegar fue Juan Cueto, seguido de Reinaldo García Ramos, quien traía a la invitada. Luego apareció Elena Tamargo, poeta y germanista. A mitad de camino se nos perdió Alejandro Lorenzo, quien fue a parar, me dice, a Fort Lauderdale, pues no encontró la dirección y tampoco oímos el teléfono. Lo siento, como siento que José Graña no haya podido tampoco venir con su guitarra. Faltó además nuestra querida Karin Aldrey, quien andaba por esos lares insondables de Kendall. Y la extrañamos.
Tarde linda, en la que al final decidimos sentarnos a comer en el patio, junto al agua, mientras la brisa suave que subía del canal nos abanicaba. Adormecidos tras la comida, y de la mano de Elena Tamargo, nos trasladamos a la Cuba, su Cuba, de otra poeta, esta vez se trataba de Mercedes Matamoros, contemporánea de José Martí, para saltar luego, de pronto, al México de Trosky y las anécdotas sobre Yuri Papov. Yuri, el ruso que dirigió durante años el Museo de Trosky en México, y amigo de muchos años de Heberto Padilla.
Tras el almuerzo, que cociné con gusto para mis invitados, y el delicioso brazo gitano de guayaba (traido por Reinaldo), y agotados los vinos, cuando ya todos se habían marchado, y la noche era presencia, llegó Baltasar Santiago Martin. Asoleado, pero feliz de compartir aunque fuesen los sabores del almuerzo y la conversación. A tiempo para retratar la luna entre palmeras y cocoteros, luna llena. Inmensa.
Y es como si oyese la voz serena de Isel, leyéndonos el poema que rescato ahora de su Relato del horizonte:

Es la voz de la memoria
precipitándose sin palabras
Al espacio innombrable
Del silencio...

Les dejo aquí las fotos de la reunión

1 comment:

Isis said...

Hermoso post, el reflejo de ese encuentro, y el destello de la anfitriona impecable.
Gracias por compartirlo,
Más besos,
Isis