
En este parque, con Juan Almeida: mi primer diseño
Belkis Cuza Malé
Corría 1967, a poco menos de un par de meses de que el libro de poemas de Heberto Padilla, Fuera del juego, ganase el Premio Julian del Casal, de la Unión de Escritores, libro que marcaría un hito en la literatura cubana y que inauguraría la disidencia contra el régimen castrista,
A su regreso de Europa, a donde había viajado como representante del Ministerio de Comercio Exterior para los países escandinavos, y tras renunciar a la oferta de que se hiciese cargo de las oficinas en París, Heberto se lanzaría en la peligrosa aventura de enfrentarse al sistema. Lo hará de súbito, ante mis ojos aterrados, cuando me lee los espléndidos poemas que ya estaban formando el cuerpo de su Fuera del juego, título que de por sí no dejaba dudas de la intención del poeta. Son los días en que de forma apocalíptica decide romper lanzas y defender a Guillermo Cabrera Infante, y atacar a Lisandro Otero, cuando El Caimán Barbudo le pide su opinión sobre Pasión de Urbino, la novela que meses atrás había ganado mención en el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral. Al sacar a la luz los atropellos contra el autor de Tres tristes tigres, por parte de las oscuras fuerzas de la policía secreta, y defender a Guillermo, en detrimento del seguroso Otero, y de su mediocre novela, Heberto no sólo se granjeó el odio del personajillo de marras, sino que provocó la ira de los represores, a los que él sin duda había acusado en esa polémica, señalándonos con pelos y señales. Era la primera vez que alguien usaba en la Cuba de entonces un espacio periodístico para ejercer el derecho a la libre expresión. Sería la primera y la última, creo yo, porque a partir de ahí, y tras la salida de Jesús Díaz, director de El Caimán Barbudo (a quien es obvio obligaron a renunciar), corren por La Habana peligrosos aires de represión. Esa polémica fue el detonador que necesitaba el gobierno para poner en práctica aquellas palabras pronunciadas por Fidel Castro en la Biblioteca Nacional en época tan temprana como 1961: *Con la Revolución todo, contra la Revolución nada*.
De modo que la acción de Heberto lo afectará especialmente a la hora de encontrar un empleo, pues ya dije que a su regreso de Europa se había negado a seguir siendo el representante comercial de Cuba en el extranjero. En un país donde el gobierno es la única fuerza de trabajo, no le iba a ser fácil sobrevivir. Recuerdo, además, las amenazas de Lisandro Otero –director entonces de la Revista Cuba Internacional, y colaborador oficial de la Seguridad del Estado—cuando se llenó la boca para decirle a Heberto: * la comida de tus hijos está en peligro*.
Pero gracias a la buena voluntad del comandante Alberto Mora (quien precisamente hoy, 13 de septiembre, se pegó un tiro hace ya 37 años). Heberto pasó a ocuparse de las relaciones internacionales en la EGREM, la empresa cubana de discos. Era una trabajo más bien burocrático, que no le iba a durar mucho, pues estábamos a unos pocos meses de *la nueva provocación´ del poeta, al concursar en el Premio Nacional de Poesía Julián del Casal.
Su pasada experiencia como fundador y director de la empresa Cubartimpex, que se encargaba de la importación de libros y arte, lo avalaban para la nueva tarea en la EGREM, aunque por esa época yo sentía que Heberto no estaba interesado en nada que no fuese abrirle los ojos a los demás sobre el peligro que ya acechaba a la sociedad cubana, tras haber residido varios años en los países socialistas y comprobar el desastre en que éstos se habían convertido. Fuera del
juego es el resultado de esa experiencia traumática, que convertirían al poeta en un verdadero profeta.
A la EGREM llevó a trabajar con él a Alberto Martínez Herrera, cuentista y ensayista, gran amigo que había estado también en Cubartimpex. Por esos días yo había sido echada del periódico Granma, donde trabajaba en las páginas culturales, y andaba en busca de empleo, y Alberto, que sabía de mi interés por la pintura y el diseño, me llamó para proponerme una colaboración. Se trataba nada más ni nada menos que de diseñar el nuevo disco LPV del comandante Juan Almeida. Recuerdo que abrí mucho los ojos y le pregunté a Alberto si estaba loco. *Pero si yo nunca he diseñado nada, y menos un disco. Y para colmo se trata de un personaje como Almeida*. Alberto me convenciò de que èl conocìa mi talento artìstico (¡!!) y de que iba a hacer un buen trabajo. Ademàs de que me pagarìan $50 pesos, entonces una fortuna.
Fue Heberto quien, con su natural instinto para el diseño, me sugirió el estilo que mejor cuadraba a aquella foto de un par de enamorados que Almeida había enviado a la EGREM y sobre la que debería elaborar el diseño. No me gustaba para nada esa pareja convencional que sin duda dejaba poco espacio para la imaginación. Pero con la sugerencia de Heberto me di a la tarea de hacer un boceto. Lo peor venia a continuación. Apenas si podía comer y conciliar el sueño pensando que estaba citada para entrevistarme con el comandante Almeida en las oficinas del Ministerio de las Fuerzas Armadas. Para colmo, el hombre estaba sustituyendo a Raúl Castro, que se había tomado unas vacaciones, o andaba viajando, y era nada menos que el ministro. Yo temblaba de pensar en ese encuentro, y en sus posibles consecuencias si no le gustaba mi diseño o si me pedía referencias como artista gráfica, o si se enteraba de que me habían echado del periódico Granma. Ya me veía entre rejas, acusada de burlarme del Ministro de las Fuerzas Armadas, héroe a su vez de la Revolución.
Temblando, y tras identificarme en los distintos puntos de chequeo, subí por el elevador hasta donde me indicaron estaban las oficinas del Ministro. La secretaria que ocupaba el buró a la entrada, me hizo pasar a un enorme salón, amueblado con estilo y modernidad, donde recuerdo que prevalecìa el color marrón. Presidiendo el sitio descubrì sin mucho esfuerzo un gigantesco y moderno tocadisco y grabadora, como ésos que sòlo se veìan en Cuba en las pelìculas.
Sola y sin dejar de temblar, con mi carpeta repleta de bocetos y papeles que yo intentaba no tirar al suelo, lo vi llegar por alguna puerta lateral. No era muy alto, un mulato de rostro agradable, con grandes bigotes, y pensé que me recordaba a Antonio Maceo, aunque de seguro el Titán de Bronce debió ser más alto. Ni entonces ni ahora mi valoración de su físico estaba asociada a la política: era sencillamente un mulato que se me parecía a Antonio Maceo. Punto.
Debió notar que yo estaba muy nerviosa cuando estreché aquella mano que me extendió con amabilidad. Nos sentamos en un sofá negro que había en el amplio salón y enseguida abrí la carpeta mostrándole mis bocetos en los que encajaba aquella foto que él se había empeñado que presidiese la portada de su disco En este parque.
Para mi sorpresa le pareció bien lo que yo le mostraba, y no recuerdo que me hubiese preguntado nada al respecto. Fui yo quien quería adelantarme a sus pensamientos, para evitar así sus preguntas. Lo vi sonreir y darme las gracias, y yo me despedí aliviada.
Ahí no terminaría mi labor con el disco En este parque, sino que además del diseño tuve que escribir la contraportada. Cuando terminé, entregué mi trabajo a la EGREM y ellos se encargaron de imprimir el disco en España. Meses después me enviaron una copia de En este parque. El diseño y la labor de edición del mismo llevaban mi firma, lo cual --dadas las circunstancias—me hizo sentir complacida. Quizás, el comandante Juan Almeida no se enteró nunca con quién aparecía en su disco En este parque. Me había graduado como diseñadora y a la vez, había pasado una prueba de fuego.
Anoche, pensando en todo esto, abrí el Gramna para leer sobre la vida de Almeida y oi su canción La Lupe, interpretada por Silvio Rodríguez. Para ser justa con Silvio (a quien detesto) y a quien conocí en sus años de rebeldía, cuando escribió una canción para Heberto y su Fuera del Juego, y aquella vibrante Para no verte tanto, contra Fidel Castro, diré que su interpretación de La Lupe, la canción con que Almeida se dio a conocer, es realmente buena. Lo cortés no quita lo valiente.
No voy a juzgar a Juan Almeida, no soy Dios, ni me interesa. He oido, y leido ( y no precisamente en Granma, sino en el blog miamiense Secretos de Cuba) que en varios instantes de su vida demostró actuar con honestidad: *Fue sustituido por el comandante Dermidio Escalona, al negarse a torturar a los prisioneros* (en Playa Girón), dice la nota de Secretos de Cuba. Este simple hecho me basta para entender que no importa dónde las circunstancias de la vida nos coloquen, siempre habrá dos bandos, el de los buenos y el de los malos. Y no hay absolutos para Dios. Tampoco debería haberlo para nosotros.
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