Tania Díaz Castro, poeta y mujer única
BELKIS CUZA MALE
Foto: Tania con sus hijas Gretel y Maria del Carmen y el esposo de esta. La Habana, 1991
Para escribir sobre ella, he vuelto a leer sus poemas, los de ahora y los de antes. Los que ha ido sembrando en el camino de su accidentada vida. No puedo ubicarla ni aquí ni allá, porque ha cambiado de casa como de vestidos. Pero tengo sus fotos, y sus textos, que a veces me llegan como chispas de luz quemándose en la hoguera. En esa hoguera que se ha llamado la revolución cubana, y que a ella en particular le ha costado casi la vida. Dos años de cárcel no son poca cosa en una prisión cubana, y para colmo de males, el descrédito y las calumnias que la dictadura no se ha cansado de propagar contra ella.
Estoy hablando de esa excelente periodista y poeta llamada Tania Díaz Castro --nacida en 1939 en Camajuaní, en la antigua provincia cubana de Las Villas--, de quien el destino (o el karma) nos hizo amigas. ¿Que cuándo la conocí? ¿Cómo recordarlo, si parecería que nos hemos visto toda una vida?
De su labor como periodista conservo la imagen de la época en que trabajaba en la revista Bohemia, en los años sesenta y pico y setenta, hasta que se fue de allí o la echaron. También de su vida de poeta tengo innumerables recuerdos, cuando solía reunirnos en algunos de esos apartamentos en los que vivió en La Habana, y donde disfrutábamos del esplendor de ''los manjares'' que entonces eran imposibles de soñar, si no hubiera sido por el amigo Kano, el japonés amable y generoso que traía junto con los víveres la amistad. Era la época en que Tania había sufrido una agradable metamorfosis: su espíritu se trasformó como por obra y magia de la cultura japonesa. Había regresado de un rápido viaje al Japón, a donde fue a residir con aquel otro japonés, a quien apenas recuerdo y con el que estuvo casada un año.
Fue una época maravillosa para ella, en la que Tania se despojó de lo superfluo, y dejó su apartamento en el hueso: puros libros y algunos cuadros y mucho ambiente japonés por todos los rincones, lo que equivale a decir, blancura, simplicidad y extrema limpieza y nada de abigarramiento. La sencillez del alma. A esa pureza se afilió Tania entonces, y leyó toda la literatura japonesa que pudo y nos hizo también leerla a nosotros, sus amigos, pues su entusiasmo desbordaba las tardes de tertulia habanera en su apartamento. Esa influencia japonesa dejó una impronta eterna en su poesía.
Atrás quedaban la Tania que aullaba como loba herida en ese ya clásico libro que es Todos me van a tener que oír, y que Linden Lane Press publicó en 1989 --en edición que reproducía la original habanera de 1970, ahora con traducción al inglés de los poetas Carolina Hospital y Pablo Medina--, a raíz de los sucesos que la llevaron a la cárcel en Cuba entre 1988-89, acusada de ''insultar y desobedecer a las autoridades'', aunque en realidad se le condenó por su activismo en pro de los derechos humanos.
Tras salir de la cárcel, Tania funda, junto a Ricardo Bofill, el Partido de los Derechos Humanos, y en marzo de 1990 es arrestada y acusada de nuevo, junto con otros miembros del partido, de ''rebelión''. En julio de ese mismo año, y tras presiones de la Seguridad del Estado, es obligada a declarar en la televisión en contra de ella misma y de otros. Por supuesto, ya hemos vivido demasiado el totalitarismo marxista y sus prácticas de procesos judiciales idénticos, como los terribles ''procesos de Moscú'', para que alguien pudiera dudar de que aquellas farsas eran calcos monstruosos.
Mientras giran las hojas del arce, publicado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en 1998, es sin duda un libro único en la literatura cubana, pues desde las ''japonerías'' de Julián del Casal, ningún escritor cubano se había asomado a la cultura nipona. Este es también un libro de ruptura en la obra de Tania, al abordar una poesía realmente tocada por la sencillez y el susurro de lo japonés, y que nos sumerge de principio a fin en el paisaje humano de su experiencia en ese país.
Al final de los 34 poemas del libro uno desearía no regresar de este viaje sentimental que compartimos con la autora mientras disfrutamos de su lectura.
Han pasado los años, y Tania sigue allá, esperando, me dice. Está sola en La Habana, sus hijos todos se han marchado. Sigue rodeada de sus queridos perritos, de sus cosas, de sus recuerdos. Ha permutado de vivienda sabrá Dios cuántas veces, y hasta ha tenido el privilegio espiritual de habitar por un tiempo el caserón de Mercita Borrero y el pintor Loy, allá en la calle de San Francisco. Sigue haciendo gran periodismo independiente para la agencia Cubanet de Miami, y no me canso de admirarla. Alamar, donde ahora reside, no es su paisaje natural. Yo la ubico en plena Habana, agitada, valiente, lenguaraz, poniendo los puntos sobre las íes, tirando a la basura las experiencias amargas de la vida.
Imposible no llorar con algunos de sus poemas. O debe ser porque he compartido con ella esas mismas experiencias, familias, amigos, seres inolvidables como Mercita Borrero y la memoria de Juana, poeta y pintora del alma, que también propició nuestra amistad.
Años en los que Tania Díaz Castro era la poeta que lo arriesgaba todo por amor, en los que quemaba pronto las etapas y abría una nueva página de su destino personal. Años en los que La Habana iba desapareciendo lentamente y ella iba reconstruyéndola con su sagaz y valiente prosa periodística. Años en que no ha dejado de amar y de escribir, y de soñar con el renacer de la isla.
¡Qué extraño que las editoriales españolas no publiquen la obra de esta excelente poeta, ahora que están de moda los escritores que viven en la isla! Allí está ella, en medio del oleaje sin fin de esta isla que parecería devorar los sueños de sus habitantes. Pero no el de Tania Díaz Castro.•
Estoy hablando de esa excelente periodista y poeta llamada Tania Díaz Castro --nacida en 1939 en Camajuaní, en la antigua provincia cubana de Las Villas--, de quien el destino (o el karma) nos hizo amigas. ¿Que cuándo la conocí? ¿Cómo recordarlo, si parecería que nos hemos visto toda una vida?
De su labor como periodista conservo la imagen de la época en que trabajaba en la revista Bohemia, en los años sesenta y pico y setenta, hasta que se fue de allí o la echaron. También de su vida de poeta tengo innumerables recuerdos, cuando solía reunirnos en algunos de esos apartamentos en los que vivió en La Habana, y donde disfrutábamos del esplendor de ''los manjares'' que entonces eran imposibles de soñar, si no hubiera sido por el amigo Kano, el japonés amable y generoso que traía junto con los víveres la amistad. Era la época en que Tania había sufrido una agradable metamorfosis: su espíritu se trasformó como por obra y magia de la cultura japonesa. Había regresado de un rápido viaje al Japón, a donde fue a residir con aquel otro japonés, a quien apenas recuerdo y con el que estuvo casada un año.
Fue una época maravillosa para ella, en la que Tania se despojó de lo superfluo, y dejó su apartamento en el hueso: puros libros y algunos cuadros y mucho ambiente japonés por todos los rincones, lo que equivale a decir, blancura, simplicidad y extrema limpieza y nada de abigarramiento. La sencillez del alma. A esa pureza se afilió Tania entonces, y leyó toda la literatura japonesa que pudo y nos hizo también leerla a nosotros, sus amigos, pues su entusiasmo desbordaba las tardes de tertulia habanera en su apartamento. Esa influencia japonesa dejó una impronta eterna en su poesía.
Atrás quedaban la Tania que aullaba como loba herida en ese ya clásico libro que es Todos me van a tener que oír, y que Linden Lane Press publicó en 1989 --en edición que reproducía la original habanera de 1970, ahora con traducción al inglés de los poetas Carolina Hospital y Pablo Medina--, a raíz de los sucesos que la llevaron a la cárcel en Cuba entre 1988-89, acusada de ''insultar y desobedecer a las autoridades'', aunque en realidad se le condenó por su activismo en pro de los derechos humanos.
Tras salir de la cárcel, Tania funda, junto a Ricardo Bofill, el Partido de los Derechos Humanos, y en marzo de 1990 es arrestada y acusada de nuevo, junto con otros miembros del partido, de ''rebelión''. En julio de ese mismo año, y tras presiones de la Seguridad del Estado, es obligada a declarar en la televisión en contra de ella misma y de otros. Por supuesto, ya hemos vivido demasiado el totalitarismo marxista y sus prácticas de procesos judiciales idénticos, como los terribles ''procesos de Moscú'', para que alguien pudiera dudar de que aquellas farsas eran calcos monstruosos.
Mientras giran las hojas del arce, publicado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en 1998, es sin duda un libro único en la literatura cubana, pues desde las ''japonerías'' de Julián del Casal, ningún escritor cubano se había asomado a la cultura nipona. Este es también un libro de ruptura en la obra de Tania, al abordar una poesía realmente tocada por la sencillez y el susurro de lo japonés, y que nos sumerge de principio a fin en el paisaje humano de su experiencia en ese país.
Al final de los 34 poemas del libro uno desearía no regresar de este viaje sentimental que compartimos con la autora mientras disfrutamos de su lectura.
Han pasado los años, y Tania sigue allá, esperando, me dice. Está sola en La Habana, sus hijos todos se han marchado. Sigue rodeada de sus queridos perritos, de sus cosas, de sus recuerdos. Ha permutado de vivienda sabrá Dios cuántas veces, y hasta ha tenido el privilegio espiritual de habitar por un tiempo el caserón de Mercita Borrero y el pintor Loy, allá en la calle de San Francisco. Sigue haciendo gran periodismo independiente para la agencia Cubanet de Miami, y no me canso de admirarla. Alamar, donde ahora reside, no es su paisaje natural. Yo la ubico en plena Habana, agitada, valiente, lenguaraz, poniendo los puntos sobre las íes, tirando a la basura las experiencias amargas de la vida.
Imposible no llorar con algunos de sus poemas. O debe ser porque he compartido con ella esas mismas experiencias, familias, amigos, seres inolvidables como Mercita Borrero y la memoria de Juana, poeta y pintora del alma, que también propició nuestra amistad.
Años en los que Tania Díaz Castro era la poeta que lo arriesgaba todo por amor, en los que quemaba pronto las etapas y abría una nueva página de su destino personal. Años en los que La Habana iba desapareciendo lentamente y ella iba reconstruyéndola con su sagaz y valiente prosa periodística. Años en que no ha dejado de amar y de escribir, y de soñar con el renacer de la isla.
¡Qué extraño que las editoriales españolas no publiquen la obra de esta excelente poeta, ahora que están de moda los escritores que viven en la isla! Allí está ella, en medio del oleaje sin fin de esta isla que parecería devorar los sueños de sus habitantes. Pero no el de Tania Díaz Castro.•
Publicado en El Nuevo Herald (Artes y Letras), domingo 16 de septiembre de 2007
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