Mi vida como consejera espiritual
Belkis Cuza Malé
Anoche leí una de las dos "obritas" teatrales de Cho Seung-Hui, el estudiante del Instituto Virginia Tech que cometió él solo la peor masacre de todos los tiempos en un recinto estudiantil y quizás en la historia de este país. A través de la lectura de esas diez páginas, el asesino en serie nos ofrece su campo visual y va creando un paisaje de violencia inusitada, sobre el que caen como telón de fondo las energías infernales de su alma. ¿Nació este joven perturbado por sus genes, lo transformó la vida familiar, el ambiente que lo rodeaba, o venía su alma de un largo peregrinaje en las tinieblas? Ese, mis queridos lectores, es análisis que da razón de ser a una pràctica profesional que ejerzo desde hace años, la de consejera espiritual, además de la de escritora y artista. Si usted puede explicarme cómo funciona un teléfono, cómo aparece la imagen en la televisión, cómo oimos la voz en la radio, o son posibles los satélites, la computadora,los radares, o el milagro de captar una imagen en una fotografía, o grabar la voz de alguien, entonces quizás usted tenga una respuesta para definir eso que todavía algunos menosprecian y juzgan mal: la labor en el campo espiritual, el poder de la fe, de la oración, del pensamiento, de la palabra, de los sueños, de la visualización. Todos, ciencia del alma y de algo tan "mágico" como la física cuántica.
Hace unos meses, escribì un artículo sobre "The Secret", el documental que resume lo que Dios nos ha ofrecido desde que creó el universo: el poder que yace en nosotros mismos, Ahora ese "secreto" parece haber alcanzado dimensiones de best seller y despertado la mente dormida de muchos. Cada uno de los que participan en el documental gozan de merecida reputación como consejeros o maestros en los diversos campos de lo espiritual. Gracias a ellos, que han servido para taparle la boca a unos cuantos, cada día se hace más clara la necesidad de buscar ayuda en campos que hasta ahora se mantenían confinados a la vulgar definición de superchería. Jesucristo, el hijo de Dios, es sin duda el más extraordinario maestro de la ciencia del alma, como yo le llamo a los caminos espirituales. Nadie puede dudar de esto si lee con atención los Evangelios. Si nuestra fe es igual a un grano de mostaza, dice, podemos mover montañas. Y sí, esto es lo que explica la física cuántica, y los estudios de la energía. Somos energía y vivimos dentro de una energia divina que es susceptible de ser transformada si somos capaces de aquietar nuestra mente y visualizar, creando esta realidad que vemos como nuestro entorno. Hasta los dientes pueden crecer, se afirma, con la fe y la visualización. Dios hizo al universo con su palabra y esa palabra que hizo la luz y las tinieblas es también el arma "mágica" de que todos disponemos. Dios está en nosotros, fuimos creados a su imagen y semejanza, somos parte de la energía que nos engendró. El cielo y la tierra, y el paisaje, están dentro de nosotros. Morimos en la cruz con Jesús, y resucitamos con EL. He ahí la gran verdad, el gran milagro. Esto no es una cosa del pasado, sino de todos los días. A través de las llagas de Cristo hemos sido sanados. He aquí la física cuántica en su más hermosa definición.
Un día, con apenas nueve años, mi madre visitó a una espiritista en Guantànamo. Aunque no era ella dada a estas cosas, recuerdo que la acompañé a la consulta de aquella señora de aspecto nada extraordinario --una mulata clara de unos cuarenta años--, quien fijando la vista en mí, le dijo a mi madre: "Esta niña tiene gran mediounidad, pero además le recomiendo que le dé semillas de calabaza para curarle los parásitos". Si, ésa fue de seguro mi iniciación en lo que luego se convertiría en hacer importante de mi vida. Fíjense que aquella "espiritista" le habló a mi madre también de los parásitos que veía en mí, recomendándole acertadamente las semillas de calabaza. De seguro esta señora no habìa estudiado mucho, pero su conocimiento le llegaba a través de la lectura espiritual de mi campo energético. Ella sabía, con sólo mirarme, qué estaba pasando en mi cuerpo y en mi alma. Aquí en Fort Worth, Texas, donde resido, mis clientes llaman o tocan a mi puerta cuando me necesitan, o como diríamos en Cuba, "cuando les aprieta el zapato". Muchos se han convertido en mis amigos, otros viajan desde lejanas ciudades, como Michigan, o Houston, o hasta de México, para "consultarme". Sí, la mayoría no viene para conocer su "futuro", porque éste no existe más que en el presente, como les explico, sino para buscar orientación espiritual, para encontrar a Dios en medio de sus vidas llenas de problemas, para recibir una "limpia" espiritual, o aliviar sus nervios a travès del hipnotismo o la descarga de energías sobre ellos. Hace mucho también que consulto por teléfono, e incluso a través de la computadora, y realizo trabajos de hipnosis sin necesidad de que vengan a mi consulta. ¿Es esto posible? Absolutamente. Y de igual modo lo son las curaciones producto de la fuerza de la fe que se asienta en Cristo.
Escribo este artículo para reivindicar una profesión que sin duda merece ser evaluada con respeto. En una sociedad donde ya ni doctores ni sacerdotes visitan a sus enfermos, una consultante espiritual como yo recibe llamadas desesperadas a cualquiera hora del día y la madrugada, y se acerca a los lechos de los moribundos para orar por ellos.
¿Me necesita usted, querido lector?
BelkisBelll@Aol.com
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