Wednesday, March 15, 2006

Isabella

Belkis Cuza Malé

Isabella me recuerda todos los días el misterio de la vida, la alegría de la existencia humana, el plan divino, la libertad. Gracias a ella también estoy experimentado una nueva emoción, algo "inaudito", inimaginable para una mujer como yo que piensa que la vejez "no existe", que incluso prohibiò siempre a sus nietas --al igual que Priscilla Presley-- que usaran esa palabra tan "fea" , abuela. Aunque fue inútil, porque desde que pusieron un pie acá en este país no han dejado de usar como apelativo cariñoso ese "granma" (de cuyo nombre no quiero acordarme). Ahora resulta que como dice el refrán, al que no quiere caldo le dan dos tazas, y felizmente soy abuela doble. Es decir, bisabuela, ¿se imaginan que privilegio?.
El nacimiento de Isabella, la hija de mi nieta Claudia --tambien una nina-- no solo es un acontemiento familiar, pues con ella se inaugura la primera generación Cuza-Malé nacida en este país, sino motivo de satisfacción muy entrañable para mí. Cuando en abril de 1979 tuve que salir de Cuba, traía de la mano a mi hijo Ernesto, de apenas 6 años. Detrás quedaba -- además de mi esposo, el poeta Heberto Padilla--, mi hija María Josefina, sin cumplir aún los 14 años, tras fracasar todos los intentos para que viajase conmigo. Las autoridades cubanas se las ingeniaron para impedirlo, alegando derechos de patria potestad, pues ella era hija de mi primer matrimonio. La historia es dolorosa de recordar, pero ilustra la clase de sufrimiento por la que hemos pasado los cubanos bajo el régimen castrista. Como yo, miles y miles las familias se encontraban separadas de sus hijos, por distintos motivos, razón por la que entonces, ya en Estados Unidos, fundé la organizaciòn Madres con Hijos en Cuba, donde registré cientos de casos parecidos al mío. Sólo dieciocho años después logré que mi hija saliera de la isla, ahora trayendo de la mano a las pequeñas Claudia y Paula, mis nietas.
Fueron muchas, infinitas, las gestiones que hice durante todos esos años para lograr su liberación, y que dejaran de usarla como rehén. Recuerdo la intervención del senador Edward Kennedy, la de otros varios senadores, la de Gabriel García Mázquez, la de Jorge Roblejo Lorié, la de cuanto personaje yo creía de utilidad para que hiciese gestiones con el régimen cubano. ¿Para qué contarles que el poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal me negó su ayuda, o que el Nobel de la Paz, García Esquivel, a quien conocí en Nueva York, se mostró amable aunque dudo que haya abierto la boca en mi favor y de las otras madres? Incluso, estando en España, le escribi a la Reina Sofia, de quien sí recibí acuse oficial.
Moví cielo y tierra, aunque durante casi dos décadas todo pareció inútil. Los regímenes fascistas, como el cubano, saben cuándo apretar o aflojar la cuerda. En nuestra caso, se trataba de mantenernos en silencio, o lograr que fuésemos menos beligerantes. Y en alguna ocasión consiguieron que la prudencia y el miedo pudiesen más, y recien llegado Heberto Padilla de Cuba, impedí (ahora reconozco que estúpidamente) que la revista dominical del The New York Times lo entrevistase, tras incluso haber sido invitados a cenar con uno de sus renombrados periodistas y ultimar detalles de la entrevista.
Pero, tras esa desilución que crea la irremediable esperanza, y ya viviendo yo en Texas, un día se abrieron para mi hija y mis nietas las puertas de la cárcel (en Cuba hay rejas hasta en la mente de sus ciudadanos). Hoy doy gracias a Dios que logré arrancar a mi familia de las garras del monstruo: sin ese esfuerzo de 18 años, no hubiera existido Isabella. Su rostro alumbra ahora de modo distinto cada día de mi vida; tengo aquí su foto tras apenas horas de nacida, el pasado 21 de junio. Es hermosa como su madre, y tiene una extraña mezcla de nacionalidades: su padre es argentino y también de algún modo chileno, y lleva apellido nada hispano. No importa, es sencillamente Isabella, la niñita Isabella, la criatura enviada por Dios para recordarme que la libertad es preciosa, y un regalo divino, por la que debemos luchar siempre. La isla de donde procede su madre será sin duda también su isla cuando vuelva a salir el sol sobre sus costas. Mientras, yo me siento como los padres de Juan Gualberto Gómez, el eminente patriota cubano, amigo de José Martí, quienes siendo negros esclavos compraron su libertad cuando aún él estaba en el vientre de su madre. Isabella, en cambio, ha nacido libre, libre como esos pájaros que hoy cantan en su ventana, o como las olas de esa playa que mecen su sueño miamense. Feliz estoy y agradecida a Dios porque de algún modo también he dado a luz a Isabella; al menos, hice posible el milagro de que naciera libre.

Nov 2004
BelkisBell@Aol.com

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