Sunday, January 24, 2010




Tarjeta postal de Haiti

Belkis Cuza Malé

Desde que ocurrió la tragedia de Haití andaba buscando mi artículo sobre ese país, escrito y publicado en El Nuevo Herald en 2004. Pero consulté el archivo del periódico y nada. Fui a Google, y nada. Miré en los archvos de Cubanet que solía guardar algunos de los que publicaba, y nada. Tampoco se encontraba en mis viejos files. Pensé que seguramente había corrido la misma suerte de mis 3 últimos discos duros.
Pero hoy, de súbito, me llegó un correo electrónico de mi amiga Dinorah C. Rivas, que decía *Lo que encontré tuyo...* Pues sí, era mi artículo Tarjeta Postal de Haití. Por supuesto que yo no había comentado ni con ella ni con otra persona sobre mi búsqueda, así que la amiga Dinorah, sin saberlo, fue la receptora de mi mensaje al Universo. Y aquí está mi artículo, encontrado en los archivos de La Peregrina Magazine, que hace meses también había sufrido pérdida de documentos. Me ha sorprendido el que apareciese de manera tan inusitada, especialmente porque mis Profecias para el 2010 se hacen eco de la tragedia hatiana.
Aquí va el artículo, que verdaderamente parecería escrito ahora.
Lo reproduzco según lo publicó La Peregrina Magazine en el 2004.


Tarjeta postal de Haití

Belkis Cuza Malé

Nunca he estado en Haití: Graham Greene estuvo por mí no una, sino varias
veces. Solía hospedarse en el que quizás fuese el único hotel de lujo de esos años, un sitio con alma, con portales de torneados balaustres y galerías de rica filigrana. Construido en 1880 por un arquitecto francés, el
hotel Oloffson sirvió de escenario de Los comediantes, la novela que
Graham Greene escribió sobre Haití en 1966. La antigua residencia de Demossthése Sam, hijo de un presidente de la isla, había tomado años después su nombre de un alemán de origen sueco que la transformó en hotel de lujo, tras haber sido hospital de las tropas norteamericanas de ocupación en los años treinta. De exuberante belleza, rodeado de cocoteros y helechos, al año siguiente, gracias a la presencia de figuras estelares como Richard Burton, Elizabeth Taylor, Peter Ustinov y Alex Guinness serviría de marco a la célebre película sobre la novela de Greene, convirtiéndose quizás en uno de los edificios con más historia en Puerto Príncipe. Todavía hoy el nombre de Graham Greene corona la puerta de la habitación que solía ocupar el escritor.
Nunca he estado en Haití, mi padre estuvo por mí. Año 1953. Luis Hernández tiene un sombrero alón, con aire sofisticado. Mi padre es joven, y en la foto junto a aquella maquinaria que les sirve de fondo, está el paisaje de Haití.
Han ido a construir algo, no sé qué, como antes fueron a Venezuela. El correo trae cada semanas pedacitos de Haití: con sus cartas, llegan postales, libros con la historia de Toussaint Louverture y La Ciudadela, que a mí me parece un castillo encantado y terrorífico. Luego, a su regreso, al cabo de los meses, vendrán las anécdotas de boca de mi padre, y es como recorrer esos caminos
intransitables, fangosos, esas carnes pudriéndose al sol, esos zombis que algunos dicen haber visto recorriendo las calles. Pero de Haití trajo mi padre algo más, la malaria. Un día casi desfallece afiebrado. Debe de haber sido un milagro que el resto de la familia no se contagiase.
Nunca he estado en Haití, pero recuerdo al poeta y amigo René Depestre, de quien Heberto Padilla tradujo Un arco iris para el Occidente cristiano. De Haití, los cubanos leerían por esos años sesenta Los gobernadores del rocío, la novela de Jacques Roumain, en traducción de Depestre, quien vivió en Cuba varios años, hasta que --harto quizás de la revolución-- se radicó en París en el 78, donde obtendría dos importantes premios como novelista entre ellos el afamado Goncourt, y trabajaría para la Unesco. A sus años, por lo que leo de él, sigue siendo el mismo apasionado poeta de risita suave y voz susurrante, que a ratos deliraba con sus historias; no sabré nunca si inventadas o no, un personaje él mismo de ficción.
Nunca he estado en Haití, pero en Princeton, New Jersey, a los haitianos
fui descubriéndolos como quien ve surgir de pronto la vegetación tras el crudo
invierno. Vivían como podían, casi corvertidos en sombras, indocumentados,
formando colmena en las esquinas de un barrio, limpiando mesas en restaurantes, o pisos en el hospital. No me resultaban extraños. ¿Cómo
podían serlo?
Nunca he estado en Haití, pero otros lo han hecho por mí, me han precedido, entre ellos Alejo Carpentier, con su novela El reino de este mundo. Y en mi niñez, los montes de Guantánamo albergaban a cientos de haitianos que cruzaban el mar en busca de trabajo en los cañaverales. Muchos jamás regresaron junto a los suyos.
Cuando oigo lo que está pasando en Haití --y ya lleva dos siglos--, voy y miro las fotos del hotel Oloffton y las comparo con el Haití callejero de las noticias. Como un zombi al acecho se esconde la maldición en esa tierra que un día fue "casa de Dios y puerta del cielo''. ¿Hasta cuándo?
Gente en el mercado, del artista haitiano Jean Walton

(Publicado en el Nuevo Herald, 27 Feb 2004)

1 comment:

Diana said...

He disfrutado tu artículo, gracias por reproducirlo. Haití es para mí esas lecturas que mencionas, pero también dos breves visitas, la primera en búsqueda de la Ciudadela en Cabo Haitiano, la antigua mansión de Paulina Bonaparte y el Palacio Sans Souci, ruinas todas debido a un terremoto en el siglo diecinueve.